Ambición presente

Ambición es una palabra muy ambiciosa. El Diccionario de la Real Academia la define como el deseo ardiente de conseguir poder, riquezas, dignidades o fama.

Sospecho que los académicos hispánicos pensaron en política militar cuando se refieren al poder, en capital cuando hablan de riquezas y en publicidad cuando mencionan fama. Y estoy seguro de que cuando hablan de dignidades se refieren al clérigo. No debe ser extraño que el Diccionario sea visto como un instrumento de dominación en el que las palabras se definen de acuerdo con la clase administradora. Por eso las definiciones tienen carácter militar y eclesiástico. La lógica, ética y estética de las definiciones están supeditadas a intereses políticos y religiosos. No en balde en cada familia española o latinoamericana si había un hombre debía ser por lo menos soldado o sacerdote y si había una mujer era de seguro, monja. Eran alternativas para salir de la pobreza y adquirir cierto «standing» social. Si eso era de esa forma en seres de carne y hueso, como no iba a serlo en las palabras, que le dan forma a todo pensamiento humano.

Por eso, no me gustan mucho las definiciones clasistas, políticas, comerciales o moralistas.  Y cuando pienso en la palabra ambición, prefiero una definición menos espectacular, menos política, menos clerical, menos comercial. Prefiero una definición más humana y menos académica. Ambiciono ser cada día un mejor ser humano y eso se logra con la suma de todos los días, de todos los años, unos malos y otros buenos, para compartir lo que soy, pienso, siento y sueño con los seres que me rodean, sin temor a equivocarme, sin complejos y sin miedo a las contradicciones que nos asechan. Ambiciono dar lo que soy y compartir lo que pienso, siento y sueño con quien lo merece.

Con respecto al tiempo no debemos caer en trampas de relojes y almanaques. El pasado es de los que se fueron, el futuro de los que vendrán, mientras que el presente es nuestro, de los que estamos presentes. Ahí habita la ambición.