He cometido el peor de los pecados

“El verdadero significado de las cosas se encuentra al decir las mismas cosas con otras palabras”.

Charles Chaplin

Los optimistas siempre ven los vasos medio llenos, mientras que los pesimistas los ven medio vacíos. Prefiero ver el vaso completo, razón por la cual no me ilusiono ni desilusiono, simplemente analizo, acepto, comprendo y cambio si es necesario. Digo esto porque me he topado con tanta gente inteligente, pero constipada emocionalmente, que leen las palabras medio llenas o medio vacías, no las leen completas. Rechazo tanto a los optimistas ingenuos como a los pesimistas ilustrados, por lo que prefiero analizar los textos a raíz del resultado total, no el de una palabra o frase, es decir voy al texto dentro de su contexto y sin pretextos. Estoy seguro de que los que leyeron el título de esta columna pensaron que se trataba de una violación a los diez mandamientos judíos que los cristianos han adoptado, pero de lo que se trata es de un análisis de un poema que muchos han interpretado como la confesión de un desdichado pero que a mi juicio es la disculpa elegante de un hombre que se dedicó a lo que le gustaba y no llenó el molde que pretendieron imponerle.

Se trata de un bello poema escrito por Jorge Luis Borges, ese bibliófilo argentino con ceguera parcial que se apalabró a la vida.  Borges dijo hace tres décadas que cometió el peor de los pecados al no ser feliz. Muchos interpretan ese verso del poema El Remordimiento, como la voz de un hombre infeliz, la de un cobarde como el mismo dice, pero al analizarlo en su contexto lo veo como el argumento de una persona que vivió como quiso dentro de lo que pudo sin cumplir con los esquemas de los que fabrican moldes, los que construyeron para él, es decir, hizo lo que quiso aunque a otros no le gustara, vivió su vida y no la de otro. Y eso no es para cobardes sino para quienes enfrentan la vida con una gran honestidad y en rechazo a aquel lapidario verso de Rimbaud de que “la vida es una farsa que todos debemos representar”. No sé si estarán de acuerdo con mi interpretación pero como admirador de Borges y otros maestros del lenguaje que gustaban de jugar con las palabras como Cortázar, Faulkner y García Márquez, eso es lo que pienso de este bello poema. Conformarse con el primer verso o el título es un error imperdonable. Ver en esos versos el vaso medio vacío o medio lleno es una injusticia al criterio artístico de Borges y al placer que le dieron las palabras, esas que otros pudieron haber descrito como «las simétricas porfías del arte, que entreteje naderías».

En su poema, Borges se declara culpable de no complacer a sus padres pero no lamenta  haberse dedicado a lo que más satisfacción le produjo: el arte. Aquí está ese poema de 1976 que algunos lo interpretaron como una nota suicida pero que es fundamentalmente un canto a la vida. Borges, claramente, nos dice que vivamos nuestra vida, no la de otro, porque si tratamos de hacerlo, siempre seremos unos infelices.

EL REMORDIMIENTO

He cometido el peor de los pecados

que un hombre puede cometer. No he sido

feliz. Que los glaciares del olvido

me arrastren y me pierdan, despiadados.

Mis padres me engendraron para el juego

arriesgado y hermoso de la vida,

para la tierra, el agua, el aire, el fuego.

Los defraudé. No fui feliz. Cumplida

no fue su joven voluntad. Mi mente

se aplicó a las simétricas porfías

del arte, que entreteje naderías.

Me legaron valor. No fui valiente.

No me abandona. Siempre está a mi lado

La sombra de haber sido un desdichado.

Jorge Luis Borges, 1976

Tengo amigos que se entristecen al leer estos versos, pero a mi lo que me produce es un alivio profundo, al ver a un ser humano que se disculpa con sus padres por no haberse dedicado al agua, el fuego, el aire, la tierra y que pide que los glaciares del olvido lo arrastren y lo pierdan. Lo que dice realmente es «olvídense de mi si lo que pretenden es que yo sea otro». Eso en palabras de los puertorriqueños es el equivalente a la famosa expresión «perdona sáes», luego de que realicemos algo que nos gusta pero que disgustan a los que nos rodean. O como dice el compatriota de Borges, Facundo Cabral, «Con que no me jodan es suficiente».

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